Introducción.
Para comprender el acercamiento bíblico que utilizaremos para el estudio de la Literatura Profética hemos tenido en cuenta lo que la teología nos instruye. Para esto hemos hemos consultado al escritor JOSÉ GRAU.
Profetismo: descripción de la tarea del profeta en Israel.
Significado de la Profecía:
Función de los profetas:
Principios de interpretación profética
La misión de la crítica textual es la de establecer el texto genuino de la Sagrada Escritura con toda la exactitud posible, mediante la clasificación de los manuscritos por familias y la determinación de su valor a base de criterios externos e internos. Del texto bíblico del Antiguo Testamento el más importante testimonio lo constituye el Texto Masorético hebreo.
El Masorético es el resultado de la
labor de los masoretas, judíos dedicados a la crítica textual (750-1000 d.C.)
que se propusieron fijar el texto hebreo por ellos recibido hasta en los
menores detalles de ortografía, pronunciación y dicción. Mediante la masora, es
decir, un vasto sistema de signos vocálicos, puntos diacríticos, signos de
lectura, recuento de palabras y notas interlineales y marginales colocadas
alrededor del texto manuscrito, encerraron el texto dentro de un cercado
impenetrable; y para asegurar el predominio exclusivo de su trabajo,
destruyeron todos los manuscritos antiguos, de modo que actualmente, salvo unas
pocas excepciones, no poseemos manuscritos pre masoréticos. Se plantea pues la
cuestión de hasta qué punto el Masorético, un milenio posterior al texto
primitivo, es una fiel réplica de este.
De la comparación del Masorético con
la Vulgata (siglo V d.C.) y con las versiones griegas del siglo II, resulta que
el Masorético no presenta divergencias dignas de mención respecto del texto
utilizado por Jerónimo. Ya alrededor del año 100 d.C., el texto hebreo, en lo
que respecta a las consonantes, era uniforme y sustancialmente idéntico con el
Masorético. Pero esta uniformidad se consiguió artificialmente mediante la
elección de una determinada forma del texto y la eliminación de las formas
divergentes. Aquel proceso de eliminación se inició a poco de ser destruida
Jerusalén, y se llegó a su conclusión definitiva gracias a la labor de los
masoretas en el siglo X d.C.. El carácter de la uniformidad alcanzada se
demuestra por las relativamente numerosas variantes del texto pre masorético,
según se puede apreciar por las antiguas versiones como por ejemplo la
Septuaginta y el Pentateuco Samaritano. Especialmente la Septuaginta presupone
en numerosos pasajes un texto hebreo que, no solo en pequeñeces, sino también
en el orden del texto y en amplios pasajes se separa considerablemente del
Masorético.
En la primera mitad del siglo XX, se poseía un texto extremadamente cuidado y
excepto del Antiguo Testamento; las diferencias entre el Masorético, del
Pentateuco Samaritano y la Septuaginta, aunque a primera vista a veces muy
grande, casi nunca tenían influencia en el significado general de un texto
bíblico. Aun así, los críticos del texto deseaban que en un número de casos
podrían determinar mejor de cuales de las diferentes lecturas podían hacer una
elección, sobre todo allí donde el Masorético parecía sospechoso y la
Septuaginta parecía ofrecer una lección mucho mejor.
En 1947 ocurría un acontecimiento
dramático que llevó a muchos a esta clase de problemas puedan ahora ser
solucionados, y que además significaban una confirmación de la gran exactitud
de la Biblia hebrea. A comienzos de 1947, un joven beduino, buscaba un cabrito
extraviado en las grutas del oeste del Mar Muerto a 12 Kms. al sur de Jericó.
Sus ojos repararon en una grieta extrañamente formada en una de las riberas, y
se le ocurrió arrojar una piedra en la abertura. Para su asombro, oyó el ruido
de vasijas que se rompían. Se aprestó a indagar, y encontró en el fondo de la
cueva diferentes y grandes vasijas que luego se evidenció que contenían
libros-rollos de cuero de mucha antigüedad. Y como las vasijas estaban
cuidadosamente selladas, los rollos se encontraban en perfecto estado y eso
casi por 1900 años. Cinco de los rollos fueron vendidos al arzobispo del
convento ortodoxo sirio de Jerusalén y tres al profesor Sukenik de la
Universidad Hebrea de Jerusalén. En un principio, este hallazgo no se dio a
conocer, pero el arzobispo en febrero de 1948 relató a algunos eruditos su
hallazgo. Concluida la guerra israelita, el mundo se dio cuenta de que aquí se
trataba del hallazgo más grande que jamás se había hecho en Palestina. En
posteriores investigaciones en los alrededores se encontraron fragmentos de
manuscritos en unas diez grutas.
Parece ser que todas estas cuevas
tenían relación con una antigua fortaleza que sobre el 100 d.C. debe haber sido
fundada por la secta de los esenios. Estos se habrían replegado a esa
fortaleza, llamada Chirbet Qumrán, en el año 68 d.C. escondiendo quizás por el
temor al avance de los romanos su amplia biblioteca en las grutas citadas. Los
hallazgos más importantes de Qumrán son el rollo de Isaías A, libro bíblico en
hebreo más antiguo y conocido en el siglo II a.C., además un cometario de
Habacuc y un rollo de Isaías B incompleto. Se encontró entre otros un fragmento
de Samuel que data del siglo IV a.C. En otra gruta en 1956 se encontró un rollo
de Salmos bien conservado, otro rollo con un trozo de Levítico y una Targum
aramea de Job.
En total, los hallazgos han sido tan
amplios que casi todos los libros del Antiguo Testamento (excepto del libro de
Ester) se han encontrado fragmentos. ¿Que se ponía en evidencia? Que los rollos
antiguos ofrecían un testimonio sorprendente para la fiabilidad del Masorético.
Apenas se puede creer que un texto transmitido (escrito) a mano haya cambiado
tan poquísimo en mil años. Tómese por ejemplo el rollo de Isaías A: este
concordaba en un 95% con el texto de los masoretas, mientras que el 5% restante
prácticamente se refería exclusivamente a errores de pluma y a diferencias en
la ortografía. Donde los rollos del Mar Muerto se apartaban del Masorético, con
frecuencia mostraban concordar con la Septuaginta o con el Pentateuco
Samaritano; también diversas enmiendas del texto presentadas por los eruditos
fueron apoyadas por los rollos del Mar Muerto.
Conclusión:
Es probable que el mayor significado del hallazgo de los rollos del Mar Muerto
es para la crítica del texto del Antiguo Testamento. La Biblia hebrea, respecto
a sus partes más antiguas, tiene 3400 años o quizás más; y sin embargo existe
una amplia base para confiar que el texto bíblico que posee esta Biblia muestra
una coincidencia realmente milagrosa con los escritos originales. Esta
convicción se apoya en:
Conclusión:
Es probable que el mayor significado del hallazgo de los rollos del Mar Muerto es para la crítica del texto del Antiguo Testamento. La Biblia hebrea, respecto a sus partes más antiguas, tiene 3400 años o quizás más; y sin embargo existe una amplia base para confiar que el texto bíblico que posee esta Biblia muestra una coincidencia realmente milagrosa con los escritos originales. Esta convicción se apoya en:
- En las pocas diferencias entre los manuscritos masoréticos.
- En la coincidencia casi literal de la mayor parte de la Septuaginta con el Masorético.
- En la igual semejanza (a grandes rasgos) con el Pentateuco Samaritano.
- En la confirmación abrumadora del texto hebreo por los rollos del Mar Muerto.
Cabe entonces preguntarse ¿quién nos dio el Antiguo Testamento? Sin duda que
detrás de todas las manos de hombres que han trabajado en este libro vemos la
mano del Dios de aquellos hombres. Además significaban una confirmación de la
gran exactitud de su Palabra.
La Septuaginta, el Antiguo Testamento de Judíos y
Cristianos
1. Origen
de la Septuaginta.
1.1. La traducción más primitiva del Antiguo
Testamento.
Algunas de
las interrogantes que surgen de la lectura de la Sagrada Escritura y
particularmente del Antiguo Testamento versan sobre la antigüedad de los textos
que poseemos de la Biblia. ¿Cuál es la versión más primitiva conocida de
aquellos libros, sagrados para judíos y cristianos? ¿Cuáles fueron las versiones
del Antiguo Testamento empleadas por el Señor Jesús y los primeros cristianos?
¿Cuál fue la fuente de las referencias del Antiguo Testamento recogidas por el
Nuevo Testamento? ¿Cuál fue la versión del Antiguo Testamento con mayor
difusión entre los primeros cristianos?
La versión
en griego del Antiguo Testamento llamada “Septuaginta” constituye una de las
fuentes
más importantes para adentrarse en la antigüedad de los textos de la
Sagrada Escritura, tal como los conoció el Señor Jesús. Estos escritos fueron
fundamentales para los primeros cristianos, tanto de origen hebreo como gentil.
La Septuaginta fue reconocida por la naciente Iglesia y leída con la devoción
reservada a la Revelación de Dios.
La
Septuaginta constituye un testimonio de fundamental importancia para remontarse
al pasado más remoto de los textos del Antiguo Testamento. Es una fuente
privilegiada para conocer las llamadas “versiones paleo hebreas”, o “hebreas
antiguas”, veneradas por el pueblo de Israel en épocas anteriores al Señor
Jesús, e incluso leídas, escuchadas de boca de los rabinos y maestros y
estudiadas por el mismo entorno del Salvador.
La
Septuaginta conforma el conjunto de las fuentes veterotestamentarias con otros
escritos venerables como los manuscritos bíblicos de Qumrán, el “Pentateuco
Samaritano” y la “Peshitta”, la traducción del Antiguo Testamento del hebreo al
idioma “siriaco”, realizada por judeocristianos a finales del siglo I A. de C.
La llamada “Biblia Hebrea” o la “versión Masorética” es bastante posterior. La
Biblia Masorética fue elaborada a lo largo del primer milenio, ulterior al
Señor Jesús, publicándose recién en su forma definitiva alrededor del año 900
de la era cristiana.
La
Septuaginta o, en diminutivo, los “LXX” (Setenta), constituye la primera
traducción de la Ley Mosaica o “Pentateuco” y de los Profetas, a un idioma
distinto al hebreo, lengua considerada “sagrada” por los fieles judíos. En los
decenios posteriores se sumaron a la Septuaginta el resto de los “otros
escritos” en hebreo antiguo o “paleo hebreo” de la Biblia.
Esta
monumental empresa literaria fue iniciada en Alejandría de Egipto durante el
reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 A. de C.). Como documenta Julio
Trebolle, “la traducción de todo un cuerpo de literatura hebrea a la lengua
griega constituye un esfuerzo único de interpretación en todos los sentidos:
ortografía, morfología, sintaxis, semántica, teología, etc.” (1).
La Iglesia
cristiana primitiva adoptó la Septuaginta como “escritura sagrada”, sin reserva
alguna. La mayoría de los textos del Antiguo Testamento citados por los evangelistas
y los Apóstoles pertenecen a los LXX.
Después de
la Septuaginta, la más antigua e importante traducción del Antiguo Testamento
en otro idioma fue la versión en lengua Siriaca o Aramea, llamada “Peshitta”, o
“Traducción Simple”. Su origen se vincula a la conversión al judaísmo de los
monarcas de Adiabene. La hebraización de la dinastía gobernante de este reino
Sirio-Helénico ocurrió alrededor del año 40 D. de C. El manuscrito de mayor
antigüedad descubierto de la “Peshitta” data del año 464 de la era cristiana.
Dicho texto contiene parte del Pentateuco, aunque falta el libro de Levítico
(2).1.2. Los “Setenta”.
El Rey
Ptolomeo II Filadelfo de Egipto fue un gran admirador de la cultura y las
antigüedades. A Ptolomeo se atribuye la fundación del primer “Museo” -casa en
honor de las “musas” que inspiraban a los artistas-. Según una carta atribuida
a un judío helenizado llamado Aristeas, dirigida a su hermano Filócrates,
Ptolomeo Filadelfo solicitó al Sumo Sacerdote Eleazar de Jerusalén la presencia
de 72 sabios judíos (seis por cada tribu de Israel) con el fin de traducir la
Torah (los libros de la Ley hebrea revelada por Yahvé al griego “koiné” para
enriquecer la biblioteca de Alejandría.
El nombre
de “Septuaginta” se origina en el número “redondeado” de sabios que habrían
intervenido en la traducción, o más bien en la “transposición”, porque no se
“tradujeron” solamente palabras y frases de una lengua a otra, sino se expresó
con lucidez providencial el sentido auténtico de la Palabra de Dios.
A pesar del
recurso a la narrativa empleado por Aristeas en su relato, la carta parece
expresar los hechos esenciales que rodearon la traducción de los textos del
Antiguo Testamento, particularmente el carácter sagrado del original hebreo,
como de la traducción de los Setenta.
El filósofo judío Aristóbulo, que vivió en Alejandría durante el reinado de
Tolomeo VI Filometor (181-145 A. d. C.), confirmó la existencia de la versión
de los Setenta con anterioridad a la carta de Aristeas. Aristóbulo atribuyó
incluso a Platón el conocimiento de la Ley Mosaica. El filósofo judío
alejandrino relata en una carta al rey Tolomeo que “la completa traducción de
todos los libros de la Ley (fue hecha) en los tiempos del Rey llamado
Filadelfo, vuestro ancestro” (3).
1. 3. Un “texto” inspirado para judíos y
cristianos.
Completada
la transposición del Pentateuco al griego, se continuó con la traducción del resto
de los libros sagrados. El proceso concluyó alrededor del año 150 A. de C. El
texto griego de los “Setenta” fue adoptado por una significativa porción de
judíos, tanto en Palestina como en la Diáspora. Los judíos “dispersos” se
contaban en cientos de miles, exiliados entre las naciones mediterráneas y del
Lejano Oriente, especialmente Mesopotamia y Alejandría. Esta porción del pueblo
hebreo hablaba griego y participaba de la cultura Helénica, extendida en
Oriente desde Egipto, Etiopía, Palestina, Arabia, Siria, Asia Menor, Babilonia,
Persia, adentrándose incluso hasta la frontera con la India.
El Pueblo
Judío estimó la Septuaginta, desde sus orígenes, como “inspirada”, digna de ser
leída y estudiada en las sinagogas. Tal opinión fue compartida por la naciente
Iglesia cristiana, que asumió la Septuaginta como expresión auténtica de la
Revelación divina. Los evangelistas y los Apóstoles acudieron a los “LXX”
cuando escrutaron las antiguas escrituras en busca de los anuncios proféticos
revelados por el Padre sobre la venida redentora del Hijo.
Dejando de
lado los elementos improbables o legendarios de la citada “Carta de Aristeas”
(4), la intención del Rey Filadelfo estaba de acuerdo con la política cultural
de los herederos del imperio de Alejandro Magno: emprender la helenización de
la cuenca Mediterránea y del Oriente. Con ese propósito se quiso dotar a sus
numerosos súbditos judíos con una versión de la Biblia en griego. En este
sentido coinciden testimonios muy antiguos, como el de Aristóbulo (c. 150 A. de
C.), de Filón de Alejandría, de Flavio Josefo y de Eusebio de Cesárea.
Tanto en
Palestina como en la Diáspora hebrea la política del rey Ptolomeo fue
considerada estimable y conveniente por las autoridades. Ellos promovieron la
traducción del resto de los libros bíblicos para el uso de los judíos
“helenizados”, escasamente versados en el idioma hebreo de sus antepasados.
En el
fomento de la versión del Antiguo Testamento en un lenguaje gentil, los líderes
judíos estaban siguiendo la senda iniciada en la época de Esdras, quien fue
ministro del rey Artajerjes de Persia. Esta asimilación cultural fue
conflictiva, pero continúo su flujo, contribuyendo con influencias duraderas.
Como explica Abraham Schalit, la promoción de la traducción de las Escrituras
Sagradas judías por Tolomeo y el reconocimiento de la Torá como la
“constitución legal” del Pueblo Hebreo por reyes extranjeros como el seleúcida
Antíoco III, trajo consigo la alteración de valores entre la población de
Judea, “transformación cuya importancia histórica no es posible exagerar. Por
vez primera en el período del segundo Templo, desde la época de Esdras y
Nehemías, una influyente clase social judía, al mirar más allá de los confines
de su propia cultura, descubría un mundo desconocido, y este descubrimiento
ejerció en ellos una profunda influencia espiritual y material” (5).
¿Cuál fue
la influencia espiritual del helenismo sobre los judíos? Cuando rige el
“Segundo Templo” los nuevos textos recogidos en la Biblia se alejan del estilo
rígido y excluyente del judaísmo “Pre-Exílico”. Por ejemplo, el libro de Jonás
muestra una inmensa carga humana cuando manifiesta su preocupación por la
miseria del hombre como tal, sin hacer distinciones entre judíos y gentiles. En
la percepción de Jonás se descubre un enfoque universal hacia la persona y su
destino. En épocas anteriores los judíos se confirmaban, más bien, en su “razón
de existir”, en su identidad como “pueblo elegido” que esperaba su redención al
final de los tiempos. Los llamados gentiles, “el resto” de la humanidad,
incircuncisa y marginada de la Ley de Yahvé, estaban al margen de la salvación.
Esta
preocupación “humanista” no es excluyente a Jonás. También se descubre en el
Eclesiastés, cuando su autor se plantea el problema del fin último y sentido de
la existencia. ¿Podríamos interrogarnos si acaso esta influencia no habría
retornado, del judaísmo hacia el mundo helénico y posteriormente romano,
preparando la conciencia religiosa e intelectual a los grandes temas que serán
respondidos con la predicación de la Buena Nueva del Evangelio?
La
Septuaginta es un testimonio indispensable de esta “apertura cultural” y una
vía fundamental para entrar en contacto con la fe del Pueblo Hebreo en la época
del Señor y en los primeros pasos de la Iglesia. En el año del nacimiento de
Jesús solamente en Alejandría, Egipto, la población judía sobrepasaba el medio
millón de fieles. Los judíos alejandrinos residían en sus propios barrios y
estaban regidos por Leyes especiales, diversas a las que gobernaban la población
local egipcia o “copta”.
El proceso
de traducción, culminado en Alejandría a finales del siglo II, A de C., incluyó
libros considerados como sagrados e inspirados, como I Esdras, Sabiduría,
Eclesiástico, Judit, Tobías, Baruc, la “Carta de Jeremías” (contenida en el
libro profético), 1-2 Macabeos y fragmentos de Ester (10, 4-16; 24).
Los
cuestionamientos a la “Canonicidad” (autoridad y fidelidad de los antiguos
libros sagrados) de la Septuaginta aparecieron tardíamente, concretamente
cuando avanzaba el siglo I de la Era Cristiana (6). Los líderes del llamado
“judaísmo fariseo” o “rabínico”, la tradición dominante tras la trágica
rebelión de los judíos de Palestina contra los romanos, entre los años 68 y 70
D. de C., descartaron estos libros “tardíos” después de la catástrofe que
sufrieron bajo las armas romanas.
2. La Septuaginta y su importancia para el conocimiento de las versiones
primitivas del Antiguo Testamento.
2.1. La Septuaginta, fuente de estudio para el
Antiguo Testamento.
Los LXX
tienen un valor especialísimo que no puede relativizarse. Como reconoce F.M.
Cross, uno de los eruditos de las investigaciones sobre Qumrán y los
manuscritos del Mar Muerto, “los traductores de la Septuaginta reprodujeron con
fidelidad y extrema literalidad el ‘Vorlage’ u ‘original’ hebreo. Ello
significa que la Septuaginta de los libros históricos debe ser asumida como
herramienta primaria de la crítica del Antiguo Testamento” (7).
Julio Trebollé es aún más enfático:
“La versión de los LXX constituye el mayor y
más importante arsenal de datos para el estudio crítico del texto hebreo. Su
testimonio es indirecto por cuanto se trata de una obra de traducción. Sin
embargo, las numerosas y significativas coincidencias existentes entre LXX y
manuscritos hebreos de Qumrán, han revalorizado el testimonio del texto griego,
frente a corrientes imperantes en la época anterior al descubrimiento (1947),
que consideraban el texto griego desprovisto de valor crítico y muy valioso en
cambio como testimonio de la exégesis judía contemporánea de la época de la
traducción” (8).
Contrariamente
algunos autores contemporáneos como Paul Kahle tendieron a comparar la
Septuaginta con el desarrollo de los “targúmenos” arameos, los comentarios
libres a los textos hebreos del Antiguo Testamento realizados por los escribas
y rabinos en el idioma sirio-arameo hablado corrientemente entre los judíos de
Palestina en tiempos del Señor Jesús.
Sin
embargo, las evidencias acumuladas por la crítica textual conducen a descartar
esta hipótesis. Las nuevas investigaciones de las técnicas de traducción
empleadas por los sabios hebreos demuestran que los “targúmenos” arameos
dependen de la Septuaginta, y no al revés (9).
2.2. Fines de la traslación de los “LXX”.
La
traducción del mensaje salvífico de Dios Padre Misericordioso, recogido primero
en hebreo, y más tarde trasladado a un idioma distinto, el griego koiné,
constituyó una epopeya notable, tanto para la gesta religiosa, como para la
historia del pensamiento.
El Padre
Pierre Benoit, el respetado biblista, director y profesor de la Escuela Bíblica
de Jerusalén, destacó cómo la acción de los sabios traductores israelitas no
buscaba solamente hacer más accesible la Escritura a los judíos de la Diáspora
que conocían mal el hebreo, sino conquistar el pensamiento griego para la
sabiduría de la revelación de la Biblia. Con este doble propósito se entregaron
a una epopeya inédita en la historia antigua (10).
Es difícil
exagerar el cúmulo de problemas lingüísticos y teológicos que debieron
enfrentar los traductores alejandrinos. Como observa el Padre Benoit, el
resultado obtenido conduce a expresar profunda admiración por las cualidades
humanas y sociales de los traductores hebreos. “Aquellos venerables doctores de
Israel -destacó Benoit-, eran buenos conocedores de las Escrituras, de la
lengua hebrea y también de la griega” (11).
Al poder
tener en sus manos este texto venerable y fiel del Antiguo Testamento, los
Padres de la Iglesia opinaron, con la sutileza de los “maestros del espíritu”,
que la mano de Dios había cuidado cada momento de la transposición de la
Septuaginta.
Las
posibilidades técnicas con que cuentan los filólogos y lingüistas modernos conllevan
a la tentación de desmerecer el trabajo de los antiguos traductores. ¿Cuantos
retos debieron haber enfrentado para desentrañar el cúmulo de problemas que
presentó el lenguaje teológico plasmado en el hebreo? Benoit ha descrito con
lucidez el desafío:
“La diferencia entre las lenguas hebrea y
griega es el reflejo de una diversidad profunda entre dos mentalidades, entre
dos mundos de pensamiento, cuyas categorías no coinciden por completo, si es
que se aproximan. Fue todo un drama espiritual pasar de ‘kabob’ a ‘doxa’, de
‘emeth’ a ‘apatheia’, de ‘sadóq’ a ‘dikaios’, etc. Se trataba de encontrar en
un nuevo horizonte de pensamiento modos de expresión que no traicionaran al
antiguo. Y por fuerza que lo modificaban; lo transformaban y, a la postre, lo
hacían progresar. La adopción del mensaje al mundo griego no era un
rebajamiento a modo de concesión; era un desarrollo por conquista. Dios
utilizaba los útiles mentales y, detrás de ellos, las problemáticas, las
doctrinas de otra cultura, para perfeccionar y universalizar la comunicación de
su Palabra (…) Esta traducción poseía el sabor fresco de una obra que entrañaba
nuevos puntos de vista respecto a la historia de la salvación. La angeología,
la resurrección corporal, la virginidad de la madre del Mesías, son algunos
ejemplos de ello. Cuando se piensa en el alcance capital de esta nueva
Escritura en el progreso de la revelación, no se puede vacilar en reconocer la
acción de un carisma no menor, como dicen los Padres, que el de la antigua
Escritura” (12).
3. La Septuaginta, un texto reconocido por judíos y cristianos.
La
Septuaginta asumió la llamada “división tripartita” del Antiguo Testamento,
compuesta por la Torah; los Profetas “Anteriores” y “Posteriores” o “nebi’im”;
y los “otros escritos” o “ketubi’im”.
El primer
testimonio de esta división “tripartita” está contenido en el prólogo al libro
del Eclesiástico que formó parte de los LXX. El Eclesiástico fue escrito por
Jesús Ben Sirá, “el Venerable”. El nieto de Ben Sirá, llamado Jesús igual que
su abuelo, emprendió en alguna fecha cercana al año 130 A. de C. la laboriosa
empresa de traducir al griego las enseñanzas de su abuelo, redactadas en hebreo
alrededor del año 180 A. de C.. Ben Sirá “el Joven” instó a los lectores a
examinar “con benevolencia y atención” este libro sobre la Sabiduría de la Ley,
escrito a semejanza de los Proverbios, para que entrasen “en el conocimiento de
estas cosas y se aplicaran más a vivir según la Ley” (13).
Ambos Ben
Sirá colocaron el Eclesiástico al mismo nivel de inspiración divina que la
Torah y los Profetas. Para ello afirmaban que el espíritu de profecía estaba
vigente en la tierra de Israel. Ben Sirá “el Venerable” atestiguó este
principio mediante las palabras que Yahvé, Dios, le inspiró a escribir:
“Derramaré la doctrina como profecía, la
dejaré a los que buscan sabiduría” (24, 46).
El prólogo
del Sirácida daba a entender que existían “otros libros” que reunían similares
características de “profecía” y, por lo tanto, compartían el carácter sagrado
de la Torah y los Profetas. La Septuaginta recogió estos “libros” en su
“colección”, con el carácter de sagrados. Se trataba de Tobías, Judit,
Sabiduría, Baruch, 1 y 2 Macabeos, conjuntamente con adiciones a Ester (10, 4;
16.24) y a Daniel (3, 24-90).
La
información aportada por la Septuaginta y el Sirácida sobre la colección de
escritos religiosos divinamente inspirados, y por lo tanto, portadores de
autoridad normativa y sagrada, integrantes del “Canon” del Antiguo Testamento,
es fundamental para inferir que en los días de la redacción de obras bíblicas
tardías como Macabeos (14) y el Eclesiástico, el proceso de asimilación y fijación
de los libros sagrados estaba aún vigente.
El filósofo
judío Filón, quien también residió en Alejandría, afirmaba que la inspiración
no debía circunscribirse solamente a las Escrituras (la Torah y los Profetas),
porque había personas auténticamente sabias, virtuosas e inspiradas, capaces de
expresar aquellas cosas “ocultas” de Dios (15).
4. La Septuaginta, la Biblia para los judíos de Palestina y la Diáspora.
La
Septuaginta no solo alcanzó amplia difusión entre los hebreos de la Diáspora.
El fluido intercambio entre Alejandría y Palestina permitió la propagación de
la Septuaginta entre los judíos helenizados, emigrados a Palestina desde
ciudades griegas de Siria, Babilonia y Asia Menor, conjuntamente con los que
habitaban las ciudades helénicas de la “Decápolis” palestina. Estos encontraban
mayor familiaridad con el “koiné” que con el hebreo. Debe anotarse el papel
fundamental que cumplieron los “sabios” de Jerusalén en el proceso de
traducción en Alejandría.
Para los
judíos de habla griega establecidos en Palestina y los habitantes de la
Diáspora -y más tarde para los cristianos- la Septuaginta tuvo el carácter de
texto inspirado. En este sentido la “Carta de Aristeas” expresó que la
traducción fue realizada de forma milagrosa con la intervención de Dios.
Aristeas narró cómo,
“tras haber dado lectura a los libros, los
sacerdotes y los ancianos traductores y la comunidad judía y los líderes del
pueblo se colocaron de pie y manifestaron, que habiéndose realizado una tan
excelente y sagrada y precisa traducción, era correcto que se conservase como
estaba, y ninguna alteración debía hacérsele. Y cuando toda la comunidad
expresó su aprobación, pronunciaron un anatema de acuerdo a sus costumbres,
para que nadie se atreva a realizar ninguna alteración, añadiendo o cambiando
de ninguna manera su contenido, y ninguna de las palabras que hayan sido
escritas, o cometer ninguna omisión. Esta fue una precaución muy sabia para
asegurar que el libro se preserve inalterado en el tiempo futuro” (16).
Este dato
es fundamental cuando se considera la lista de libros sagrados que integran la
Septuaginta y la compleja conformación posterior del “Canon Farisaico” o
“Rabínico” (surgido entre los siglos II y III D. de C.). Varios de estos libros
inspirados fueron retirados posteriormente, por considerarlos de “origen
extranjero”.
A pesar de
la acción tardía de los dirigentes del “Judaísmo Rabínico”, la tradición que
consideró la Septuaginta como divinamente inspirada fue reconocida por autores
hebreos como Flavio Josefo y Filón, así como por la Patrística cristiana. Filón
afirmó, en su “Vida de Moisés”, la inspiración divina de los traductores de la
Septuaginta.
Bibliografía: http://www.parresia.org/teologia/teo_02a.htm#n1
FUENTE: Paulo Arieu
La Septuaginta, el Antiguo Testamento de Judíos y
Cristianos
1. Origen
de la Septuaginta.
1.1. La traducción más primitiva del Antiguo
Testamento.
Algunas de
las interrogantes que surgen de la lectura de la Sagrada Escritura y
particularmente del Antiguo Testamento versan sobre la antigüedad de los textos
que poseemos de la Biblia. ¿Cuál es la versión más primitiva conocida de
aquellos libros, sagrados para judíos y cristianos? ¿Cuáles fueron las versiones
del Antiguo Testamento empleadas por el Señor Jesús y los primeros cristianos?
¿Cuál fue la fuente de las referencias del Antiguo Testamento recogidas por el
Nuevo Testamento? ¿Cuál fue la versión del Antiguo Testamento con mayor
difusión entre los primeros cristianos?
La versión
en griego del Antiguo Testamento llamada “Septuaginta” constituye una de las
fuentes
más importantes para adentrarse en la antigüedad de los textos de la Sagrada Escritura, tal como los conoció el Señor Jesús. Estos escritos fueron fundamentales para los primeros cristianos, tanto de origen hebreo como gentil. La Septuaginta fue reconocida por la naciente Iglesia y leída con la devoción reservada a la Revelación de Dios.
más importantes para adentrarse en la antigüedad de los textos de la Sagrada Escritura, tal como los conoció el Señor Jesús. Estos escritos fueron fundamentales para los primeros cristianos, tanto de origen hebreo como gentil. La Septuaginta fue reconocida por la naciente Iglesia y leída con la devoción reservada a la Revelación de Dios.
La
Septuaginta constituye un testimonio de fundamental importancia para remontarse
al pasado más remoto de los textos del Antiguo Testamento. Es una fuente
privilegiada para conocer las llamadas “versiones paleo hebreas”, o “hebreas
antiguas”, veneradas por el pueblo de Israel en épocas anteriores al Señor
Jesús, e incluso leídas, escuchadas de boca de los rabinos y maestros y
estudiadas por el mismo entorno del Salvador.
La
Septuaginta conforma el conjunto de las fuentes veterotestamentarias con otros
escritos venerables como los manuscritos bíblicos de Qumrán, el “Pentateuco
Samaritano” y la “Peshitta”, la traducción del Antiguo Testamento del hebreo al
idioma “siriaco”, realizada por judeocristianos a finales del siglo I A. de C.
La llamada “Biblia Hebrea” o la “versión Masorética” es bastante posterior. La
Biblia Masorética fue elaborada a lo largo del primer milenio, ulterior al
Señor Jesús, publicándose recién en su forma definitiva alrededor del año 900
de la era cristiana.
La
Septuaginta o, en diminutivo, los “LXX” (Setenta), constituye la primera
traducción de la Ley Mosaica o “Pentateuco” y de los Profetas, a un idioma
distinto al hebreo, lengua considerada “sagrada” por los fieles judíos. En los
decenios posteriores se sumaron a la Septuaginta el resto de los “otros
escritos” en hebreo antiguo o “paleo hebreo” de la Biblia.
Esta
monumental empresa literaria fue iniciada en Alejandría de Egipto durante el
reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 A. de C.). Como documenta Julio
Trebolle, “la traducción de todo un cuerpo de literatura hebrea a la lengua
griega constituye un esfuerzo único de interpretación en todos los sentidos:
ortografía, morfología, sintaxis, semántica, teología, etc.” (1).
La Iglesia
cristiana primitiva adoptó la Septuaginta como “escritura sagrada”, sin reserva
alguna. La mayoría de los textos del Antiguo Testamento citados por los evangelistas
y los Apóstoles pertenecen a los LXX.
Después de
la Septuaginta, la más antigua e importante traducción del Antiguo Testamento
en otro idioma fue la versión en lengua Siriaca o Aramea, llamada “Peshitta”, o
“Traducción Simple”. Su origen se vincula a la conversión al judaísmo de los
monarcas de Adiabene. La hebraización de la dinastía gobernante de este reino
Sirio-Helénico ocurrió alrededor del año 40 D. de C. El manuscrito de mayor
antigüedad descubierto de la “Peshitta” data del año 464 de la era cristiana.
Dicho texto contiene parte del Pentateuco, aunque falta el libro de Levítico
(2).1.2. Los “Setenta”.
El Rey
Ptolomeo II Filadelfo de Egipto fue un gran admirador de la cultura y las
antigüedades. A Ptolomeo se atribuye la fundación del primer “Museo” -casa en
honor de las “musas” que inspiraban a los artistas-. Según una carta atribuida
a un judío helenizado llamado Aristeas, dirigida a su hermano Filócrates,
Ptolomeo Filadelfo solicitó al Sumo Sacerdote Eleazar de Jerusalén la presencia
de 72 sabios judíos (seis por cada tribu de Israel) con el fin de traducir la
Torah (los libros de la Ley hebrea revelada por Yahvé al griego “koiné” para
enriquecer la biblioteca de Alejandría.
El nombre
de “Septuaginta” se origina en el número “redondeado” de sabios que habrían
intervenido en la traducción, o más bien en la “transposición”, porque no se
“tradujeron” solamente palabras y frases de una lengua a otra, sino se expresó
con lucidez providencial el sentido auténtico de la Palabra de Dios.
A pesar del
recurso a la narrativa empleado por Aristeas en su relato, la carta parece
expresar los hechos esenciales que rodearon la traducción de los textos del
Antiguo Testamento, particularmente el carácter sagrado del original hebreo,
como de la traducción de los Setenta.
El filósofo judío Aristóbulo, que vivió en Alejandría durante el reinado de Tolomeo VI Filometor (181-145 A. d. C.), confirmó la existencia de la versión de los Setenta con anterioridad a la carta de Aristeas. Aristóbulo atribuyó incluso a Platón el conocimiento de la Ley Mosaica. El filósofo judío alejandrino relata en una carta al rey Tolomeo que “la completa traducción de todos los libros de la Ley (fue hecha) en los tiempos del Rey llamado Filadelfo, vuestro ancestro” (3).
El filósofo judío Aristóbulo, que vivió en Alejandría durante el reinado de Tolomeo VI Filometor (181-145 A. d. C.), confirmó la existencia de la versión de los Setenta con anterioridad a la carta de Aristeas. Aristóbulo atribuyó incluso a Platón el conocimiento de la Ley Mosaica. El filósofo judío alejandrino relata en una carta al rey Tolomeo que “la completa traducción de todos los libros de la Ley (fue hecha) en los tiempos del Rey llamado Filadelfo, vuestro ancestro” (3).
1. 3. Un “texto” inspirado para judíos y
cristianos.
Completada
la transposición del Pentateuco al griego, se continuó con la traducción del resto
de los libros sagrados. El proceso concluyó alrededor del año 150 A. de C. El
texto griego de los “Setenta” fue adoptado por una significativa porción de
judíos, tanto en Palestina como en la Diáspora. Los judíos “dispersos” se
contaban en cientos de miles, exiliados entre las naciones mediterráneas y del
Lejano Oriente, especialmente Mesopotamia y Alejandría. Esta porción del pueblo
hebreo hablaba griego y participaba de la cultura Helénica, extendida en
Oriente desde Egipto, Etiopía, Palestina, Arabia, Siria, Asia Menor, Babilonia,
Persia, adentrándose incluso hasta la frontera con la India.
El Pueblo
Judío estimó la Septuaginta, desde sus orígenes, como “inspirada”, digna de ser
leída y estudiada en las sinagogas. Tal opinión fue compartida por la naciente
Iglesia cristiana, que asumió la Septuaginta como expresión auténtica de la
Revelación divina. Los evangelistas y los Apóstoles acudieron a los “LXX”
cuando escrutaron las antiguas escrituras en busca de los anuncios proféticos
revelados por el Padre sobre la venida redentora del Hijo.
Dejando de
lado los elementos improbables o legendarios de la citada “Carta de Aristeas”
(4), la intención del Rey Filadelfo estaba de acuerdo con la política cultural
de los herederos del imperio de Alejandro Magno: emprender la helenización de
la cuenca Mediterránea y del Oriente. Con ese propósito se quiso dotar a sus
numerosos súbditos judíos con una versión de la Biblia en griego. En este
sentido coinciden testimonios muy antiguos, como el de Aristóbulo (c. 150 A. de
C.), de Filón de Alejandría, de Flavio Josefo y de Eusebio de Cesárea.
Tanto en
Palestina como en la Diáspora hebrea la política del rey Ptolomeo fue
considerada estimable y conveniente por las autoridades. Ellos promovieron la
traducción del resto de los libros bíblicos para el uso de los judíos
“helenizados”, escasamente versados en el idioma hebreo de sus antepasados.
En el
fomento de la versión del Antiguo Testamento en un lenguaje gentil, los líderes
judíos estaban siguiendo la senda iniciada en la época de Esdras, quien fue
ministro del rey Artajerjes de Persia. Esta asimilación cultural fue
conflictiva, pero continúo su flujo, contribuyendo con influencias duraderas.
Como explica Abraham Schalit, la promoción de la traducción de las Escrituras
Sagradas judías por Tolomeo y el reconocimiento de la Torá como la
“constitución legal” del Pueblo Hebreo por reyes extranjeros como el seleúcida
Antíoco III, trajo consigo la alteración de valores entre la población de
Judea, “transformación cuya importancia histórica no es posible exagerar. Por
vez primera en el período del segundo Templo, desde la época de Esdras y
Nehemías, una influyente clase social judía, al mirar más allá de los confines
de su propia cultura, descubría un mundo desconocido, y este descubrimiento
ejerció en ellos una profunda influencia espiritual y material” (5).
¿Cuál fue
la influencia espiritual del helenismo sobre los judíos? Cuando rige el
“Segundo Templo” los nuevos textos recogidos en la Biblia se alejan del estilo
rígido y excluyente del judaísmo “Pre-Exílico”. Por ejemplo, el libro de Jonás
muestra una inmensa carga humana cuando manifiesta su preocupación por la
miseria del hombre como tal, sin hacer distinciones entre judíos y gentiles. En
la percepción de Jonás se descubre un enfoque universal hacia la persona y su
destino. En épocas anteriores los judíos se confirmaban, más bien, en su “razón
de existir”, en su identidad como “pueblo elegido” que esperaba su redención al
final de los tiempos. Los llamados gentiles, “el resto” de la humanidad,
incircuncisa y marginada de la Ley de Yahvé, estaban al margen de la salvación.
Esta
preocupación “humanista” no es excluyente a Jonás. También se descubre en el
Eclesiastés, cuando su autor se plantea el problema del fin último y sentido de
la existencia. ¿Podríamos interrogarnos si acaso esta influencia no habría
retornado, del judaísmo hacia el mundo helénico y posteriormente romano,
preparando la conciencia religiosa e intelectual a los grandes temas que serán
respondidos con la predicación de la Buena Nueva del Evangelio?
La
Septuaginta es un testimonio indispensable de esta “apertura cultural” y una
vía fundamental para entrar en contacto con la fe del Pueblo Hebreo en la época
del Señor y en los primeros pasos de la Iglesia. En el año del nacimiento de
Jesús solamente en Alejandría, Egipto, la población judía sobrepasaba el medio
millón de fieles. Los judíos alejandrinos residían en sus propios barrios y
estaban regidos por Leyes especiales, diversas a las que gobernaban la población
local egipcia o “copta”.
El proceso
de traducción, culminado en Alejandría a finales del siglo II, A de C., incluyó
libros considerados como sagrados e inspirados, como I Esdras, Sabiduría,
Eclesiástico, Judit, Tobías, Baruc, la “Carta de Jeremías” (contenida en el
libro profético), 1-2 Macabeos y fragmentos de Ester (10, 4-16; 24).
Los
cuestionamientos a la “Canonicidad” (autoridad y fidelidad de los antiguos
libros sagrados) de la Septuaginta aparecieron tardíamente, concretamente
cuando avanzaba el siglo I de la Era Cristiana (6). Los líderes del llamado
“judaísmo fariseo” o “rabínico”, la tradición dominante tras la trágica
rebelión de los judíos de Palestina contra los romanos, entre los años 68 y 70
D. de C., descartaron estos libros “tardíos” después de la catástrofe que
sufrieron bajo las armas romanas.
2. La Septuaginta y su importancia para el conocimiento de las versiones primitivas del Antiguo Testamento.
2.1. La Septuaginta, fuente de estudio para el
Antiguo Testamento.
Los LXX
tienen un valor especialísimo que no puede relativizarse. Como reconoce F.M.
Cross, uno de los eruditos de las investigaciones sobre Qumrán y los
manuscritos del Mar Muerto, “los traductores de la Septuaginta reprodujeron con
fidelidad y extrema literalidad el ‘Vorlage’ u ‘original’ hebreo. Ello
significa que la Septuaginta de los libros históricos debe ser asumida como
herramienta primaria de la crítica del Antiguo Testamento” (7).
Julio Trebollé es aún más enfático:
“La versión de los LXX constituye el mayor y
más importante arsenal de datos para el estudio crítico del texto hebreo. Su
testimonio es indirecto por cuanto se trata de una obra de traducción. Sin
embargo, las numerosas y significativas coincidencias existentes entre LXX y
manuscritos hebreos de Qumrán, han revalorizado el testimonio del texto griego,
frente a corrientes imperantes en la época anterior al descubrimiento (1947),
que consideraban el texto griego desprovisto de valor crítico y muy valioso en
cambio como testimonio de la exégesis judía contemporánea de la época de la
traducción” (8).
Contrariamente
algunos autores contemporáneos como Paul Kahle tendieron a comparar la
Septuaginta con el desarrollo de los “targúmenos” arameos, los comentarios
libres a los textos hebreos del Antiguo Testamento realizados por los escribas
y rabinos en el idioma sirio-arameo hablado corrientemente entre los judíos de
Palestina en tiempos del Señor Jesús.
Sin
embargo, las evidencias acumuladas por la crítica textual conducen a descartar
esta hipótesis. Las nuevas investigaciones de las técnicas de traducción
empleadas por los sabios hebreos demuestran que los “targúmenos” arameos
dependen de la Septuaginta, y no al revés (9).
2.2. Fines de la traslación de los “LXX”.
La
traducción del mensaje salvífico de Dios Padre Misericordioso, recogido primero
en hebreo, y más tarde trasladado a un idioma distinto, el griego koiné,
constituyó una epopeya notable, tanto para la gesta religiosa, como para la
historia del pensamiento.
El Padre
Pierre Benoit, el respetado biblista, director y profesor de la Escuela Bíblica
de Jerusalén, destacó cómo la acción de los sabios traductores israelitas no
buscaba solamente hacer más accesible la Escritura a los judíos de la Diáspora
que conocían mal el hebreo, sino conquistar el pensamiento griego para la
sabiduría de la revelación de la Biblia. Con este doble propósito se entregaron
a una epopeya inédita en la historia antigua (10).
Es difícil
exagerar el cúmulo de problemas lingüísticos y teológicos que debieron
enfrentar los traductores alejandrinos. Como observa el Padre Benoit, el
resultado obtenido conduce a expresar profunda admiración por las cualidades
humanas y sociales de los traductores hebreos. “Aquellos venerables doctores de
Israel -destacó Benoit-, eran buenos conocedores de las Escrituras, de la
lengua hebrea y también de la griega” (11).
Al poder
tener en sus manos este texto venerable y fiel del Antiguo Testamento, los
Padres de la Iglesia opinaron, con la sutileza de los “maestros del espíritu”,
que la mano de Dios había cuidado cada momento de la transposición de la
Septuaginta.
Las
posibilidades técnicas con que cuentan los filólogos y lingüistas modernos conllevan
a la tentación de desmerecer el trabajo de los antiguos traductores. ¿Cuantos
retos debieron haber enfrentado para desentrañar el cúmulo de problemas que
presentó el lenguaje teológico plasmado en el hebreo? Benoit ha descrito con
lucidez el desafío:
“La diferencia entre las lenguas hebrea y
griega es el reflejo de una diversidad profunda entre dos mentalidades, entre
dos mundos de pensamiento, cuyas categorías no coinciden por completo, si es
que se aproximan. Fue todo un drama espiritual pasar de ‘kabob’ a ‘doxa’, de
‘emeth’ a ‘apatheia’, de ‘sadóq’ a ‘dikaios’, etc. Se trataba de encontrar en
un nuevo horizonte de pensamiento modos de expresión que no traicionaran al
antiguo. Y por fuerza que lo modificaban; lo transformaban y, a la postre, lo
hacían progresar. La adopción del mensaje al mundo griego no era un
rebajamiento a modo de concesión; era un desarrollo por conquista. Dios
utilizaba los útiles mentales y, detrás de ellos, las problemáticas, las
doctrinas de otra cultura, para perfeccionar y universalizar la comunicación de
su Palabra (…) Esta traducción poseía el sabor fresco de una obra que entrañaba
nuevos puntos de vista respecto a la historia de la salvación. La angeología,
la resurrección corporal, la virginidad de la madre del Mesías, son algunos
ejemplos de ello. Cuando se piensa en el alcance capital de esta nueva
Escritura en el progreso de la revelación, no se puede vacilar en reconocer la
acción de un carisma no menor, como dicen los Padres, que el de la antigua
Escritura” (12).
3. La Septuaginta, un texto reconocido por judíos y cristianos.
La
Septuaginta asumió la llamada “división tripartita” del Antiguo Testamento,
compuesta por la Torah; los Profetas “Anteriores” y “Posteriores” o “nebi’im”;
y los “otros escritos” o “ketubi’im”.
El primer
testimonio de esta división “tripartita” está contenido en el prólogo al libro
del Eclesiástico que formó parte de los LXX. El Eclesiástico fue escrito por
Jesús Ben Sirá, “el Venerable”. El nieto de Ben Sirá, llamado Jesús igual que
su abuelo, emprendió en alguna fecha cercana al año 130 A. de C. la laboriosa
empresa de traducir al griego las enseñanzas de su abuelo, redactadas en hebreo
alrededor del año 180 A. de C.. Ben Sirá “el Joven” instó a los lectores a
examinar “con benevolencia y atención” este libro sobre la Sabiduría de la Ley,
escrito a semejanza de los Proverbios, para que entrasen “en el conocimiento de
estas cosas y se aplicaran más a vivir según la Ley” (13).
Ambos Ben
Sirá colocaron el Eclesiástico al mismo nivel de inspiración divina que la
Torah y los Profetas. Para ello afirmaban que el espíritu de profecía estaba
vigente en la tierra de Israel. Ben Sirá “el Venerable” atestiguó este
principio mediante las palabras que Yahvé, Dios, le inspiró a escribir:
“Derramaré la doctrina como profecía, la
dejaré a los que buscan sabiduría” (24, 46).
El prólogo
del Sirácida daba a entender que existían “otros libros” que reunían similares
características de “profecía” y, por lo tanto, compartían el carácter sagrado
de la Torah y los Profetas. La Septuaginta recogió estos “libros” en su
“colección”, con el carácter de sagrados. Se trataba de Tobías, Judit,
Sabiduría, Baruch, 1 y 2 Macabeos, conjuntamente con adiciones a Ester (10, 4;
16.24) y a Daniel (3, 24-90).
La
información aportada por la Septuaginta y el Sirácida sobre la colección de
escritos religiosos divinamente inspirados, y por lo tanto, portadores de
autoridad normativa y sagrada, integrantes del “Canon” del Antiguo Testamento,
es fundamental para inferir que en los días de la redacción de obras bíblicas
tardías como Macabeos (14) y el Eclesiástico, el proceso de asimilación y fijación
de los libros sagrados estaba aún vigente.
El filósofo
judío Filón, quien también residió en Alejandría, afirmaba que la inspiración
no debía circunscribirse solamente a las Escrituras (la Torah y los Profetas),
porque había personas auténticamente sabias, virtuosas e inspiradas, capaces de
expresar aquellas cosas “ocultas” de Dios (15).
4. La Septuaginta, la Biblia para los judíos de Palestina y la Diáspora.
La
Septuaginta no solo alcanzó amplia difusión entre los hebreos de la Diáspora.
El fluido intercambio entre Alejandría y Palestina permitió la propagación de
la Septuaginta entre los judíos helenizados, emigrados a Palestina desde
ciudades griegas de Siria, Babilonia y Asia Menor, conjuntamente con los que
habitaban las ciudades helénicas de la “Decápolis” palestina. Estos encontraban
mayor familiaridad con el “koiné” que con el hebreo. Debe anotarse el papel
fundamental que cumplieron los “sabios” de Jerusalén en el proceso de
traducción en Alejandría.
Para los
judíos de habla griega establecidos en Palestina y los habitantes de la
Diáspora -y más tarde para los cristianos- la Septuaginta tuvo el carácter de
texto inspirado. En este sentido la “Carta de Aristeas” expresó que la
traducción fue realizada de forma milagrosa con la intervención de Dios.
Aristeas narró cómo,
“tras haber dado lectura a los libros, los
sacerdotes y los ancianos traductores y la comunidad judía y los líderes del
pueblo se colocaron de pie y manifestaron, que habiéndose realizado una tan
excelente y sagrada y precisa traducción, era correcto que se conservase como
estaba, y ninguna alteración debía hacérsele. Y cuando toda la comunidad
expresó su aprobación, pronunciaron un anatema de acuerdo a sus costumbres,
para que nadie se atreva a realizar ninguna alteración, añadiendo o cambiando
de ninguna manera su contenido, y ninguna de las palabras que hayan sido
escritas, o cometer ninguna omisión. Esta fue una precaución muy sabia para
asegurar que el libro se preserve inalterado en el tiempo futuro” (16).
Este dato
es fundamental cuando se considera la lista de libros sagrados que integran la
Septuaginta y la compleja conformación posterior del “Canon Farisaico” o
“Rabínico” (surgido entre los siglos II y III D. de C.). Varios de estos libros
inspirados fueron retirados posteriormente, por considerarlos de “origen
extranjero”.
A pesar de
la acción tardía de los dirigentes del “Judaísmo Rabínico”, la tradición que
consideró la Septuaginta como divinamente inspirada fue reconocida por autores
hebreos como Flavio Josefo y Filón, así como por la Patrística cristiana. Filón
afirmó, en su “Vida de Moisés”, la inspiración divina de los traductores de la
Septuaginta.
Bibliografía: http://www.parresia.org/teologia/teo_02a.htm#n1
FUENTE: Paulo Arieu
Esquema sobre la clasificación y zona de
actuación de los profetas bíblicos más representativos:
El cuadro está incompleto, pero lo hacemos
buscando la sencillez. Otros profetas de menor importancia se pueden estudiar y
relacionarlos con este esquema.
Fuente: Fraile, Pedro I.- 4-CONOCER Y VIVIR LA BIBLIA- La Palabra que no cesa-(2)
Profetas preexílicos-Página 25
JOSE LUIS SICRE DIAZ
- Jesuita. Doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario